Edgar Allan Poe
Escribir sobre la enfermedad y la muerte siempre ha sido para mí un asunto de cuidado. Y la verdad iba a dejar pasar estos “acontecimientos” sin escribir nada al respecto, y no es por que quisiera, como en su momento quiso el “príncipe Próspero” sumarme al esfuerzo inútil de quienes cierran sus puertas a los peligros del mundo. Simplemente por alguna razón que no acabo de entender no tenía ganas de escribir al respecto, hoy sin embargo mi ánimo ha cambiado.
Unos días atrás (una semana ¿quizás 2?), antes de que todos los canales televisivos y estaciones de radio, pasaran al aire cada 5 minutos las famosas recomendaciones para frenar el así llamado “brote” de influenza porcina, antes siquiera de que cancelaran las clases en le distrito federal para luego hacerlo en toda la republica, recibimos una llamada de mi hermana (seria y concienzuda interna del Hospital general de la ciudad de México) avisándonos de que estaba surgiendo un brote muy fuerte de influenza, nos dijo también que nuestra nona* debería de ser vacunada a la brevedad posible y que debíamos de comprar y usar en todo momento tapabocas.
Sobra decir que las providencias necesarias fueron tomadas, y que los integrantes de mi familia fuimos de los primeros “locos descorteses” que fueron vistos usando un tapabocas y que omitieron de sus rituales de cortesía el saludar de mano (Ya lo se, en estos momentos Carreño se retuerce en su tumba). Es así mi nulo lector que ahora mientras escribo estas líneas aun cuelga un tapabocas de mi cuello.
Pero hoy no quiero hablar de los acontecimientos de las semanas pasadas, es mas no quiero hablar en absoluto de la Influenza como tal, sino de las reacciones que todos nosotros hemos tenido ante la misma.
Dice la nona* que el bisnono Carlo contaba que cuando llegaron a México por allí del mes de septiembre una de tantas epidemias de viruela negra se había instalado en el centro de México, que para cuando ellos llegaron a lo que en ese tiempo era la hacienda de chipiloc (hoy Chipilo) ya habían sido clausurados todos los centros de reunión y las personas tenían miedo de salir de sus casas.
cuenta el bisnono que los enfermos eran curados a base de pomadas y que para mitigar la comezón se les daban bolsitas con polvo de haba. Los cadáveres se transportaban al panteón en las carretas de los vecinos del pueblo. Pasaron de mil las defunciones en Puebla y la región según el bisnono y más de mil quinientos fueron los que resultaron “cacarizos”. dice la nona* que ricos y pobres unidos por la enfermedad cooperaron con médicos y autoridades locales en la erradicación del mal.
Según la nona* hoy después de un siglo de la ultima pandemia que llegara a la región, las reacciones ante esta nueva enfermedad han sido similares, miedo, ansiedad, e incredulidad han surgido entre la gente de México, hoy puedo decir que las cosas han cambiado, que la ciencia médica cuenta con los recursos para impedir los estragos de una epidemia como esta. Las cosas han cambiado no hay duda de ello; pero en verdad no se que pensar al ver que en una farmacia los tapabocas se han agotado por que el día anterior dueños y dependientes estuvieron todo el día regalando los tapabocas a los transeúntes, mientras que en la farmacia de enfrente aprovechando la nueva escasez, tapabocas de 50 centavos se venden hoy a 10 pesos la pieza.
Hay muchas cosas que puedo saber, se que como todo esta epidemia terminara, se que hasta la mas terrible plaga tiene su fin. Lo que no puedo saber es que tanta solidaridad podrá esperarse de los extraños en estos nuevos tiempos difíciles.
* Abuelita